En nuestra práctica es habitual encontrarnos con multitud de dispositivos en los que, tras la irrupción de alguna conducta disruptiva por parte de las personas atendidas, se produzca la inevitable expulsión del recurso en cuestión.
Pensamos que este tipo de pasajes al acto profesionales se podrían atemperar. Los profesionales de la atención a las personas han de ser capaces de contemplar estas conductas disruptivas como parte del proceso del acompañamiento, episodios que antes o después van a aparecer, en la misma serie de las resistencias del sujeto.
Por tanto, hay que contar con que estos episodios van a acontecer en algún momento del proceso, y pensar en la manera de poder continuar acompañando a las personas antes, durante y después de que estos momentos se produzcan.
Las personas que acceden a un recurso residencial o centro de día en el ámbito de procesos de inclusión social necesitan ser acompañadas por profesionales capaces de acoger la dificultad que estas personas traen.
Esto implica saber que en algún momento del proceso van a producirse este tipo de comportamientos disruptivos, ya que el sujeto va a manifestar, con total seguridad, resistencias, desconfianzas y dudas con respecto a los profesionales y los servicios en los que es atendido.
El educador, o agente social, debe saber que no todo es educable en las personas que atiende, que siempre hay un resto, algo del consentimiento que no es total y que acabará por manifestarse con total intensidad. Este profesional debe saber, pues, que va a encontrarse con resistencias y dificultades, y quizás, sea precisamente en estos momentos de crisis donde se juega un papel verdaderamente clave en la relación profesional-sujeto.
Precisamente es, en estos episodios de ruptura, donde el agente social no debe responder con la exclusión y la segregación del sujeto, y dar paso a una respuesta que caiga de otro lado: del lado de la inclusión.
Debemos, pues, pensarnos como agentes capaces de acoger estas divisiones subjetivas, ya que es precisamente en estos encuentros donde se pone de manifiesto algo del real frente al cual hay que sostener con firmeza el acto educativo.
INTERABIDE ASOCIACIÓN EDUCATIVA
El que recibe esas atenciones es una persona que tiene voluntad, usada en primer lugar para acudir a.vosotros e, incluso, para irse..En contra de su voluntad sea la que sea jamás nadie podrá hacer nada con una persona..
Si, siempre hay que contar con el consentimiento del otro.
Madre mia, Gracias! por fin alguien alguna vez llega a esta conclusión. Estoy harta de ver «crimenes de la paz» actos pequeños pero graves en las vidas de las personas que son la «gota que colma el vaso». Una expulsión de un recurso por una irregularidad o falta es una de ellas. Gracias por aportar a cambiar la mirada!
Excelente Karina, «un crimen» recogiendo tus palabras. Y «cambiar la mirada» es exactamente uno de nuestros puntos de enunciación. Es muy necesario en estos tiempos, época que rechaza la diferencia, la persona. Si te parece, seguiremos en contacto, tanto por facebook como en el blog. Agradecemos mucho tus palabras, que nos animan en el aislamiento 2.0. Atentamente…
Por supuesto colegas, un abrazo y gracias de nuevo por esta excelente página
Precioso post.
Sería posible que pudierais escribir algo sobre la idea de «consentimiento»?
El consentimiento. Si, realmente seria muy interesante poder escribir sobre ello, pienso que es un punto fundamental a tener en cuenta en los trabajos con personas. De alguna manera supone un límite ético, por ejemplo, un límite a la voluntad terapéutica y educativa, a veces feroz. ¿Que le parece a usted?
Es difícil no invadir el espacio ajeno. Aún más, si cabe, si el profesional está lleno de «buenas intenciones de ayuda». Sorprende si te dicen aquello de «no me ayudes tanto» (no me agobies, no me comas la oreja, déjame respirar, etc). Mirar y escuchar, puede ser una invitación a la palabra nueva, a la palabra articulándose con-sentido, ya que surge en la relación. En fin, reflexiones a bolapluma.
Saludos